Volver a casa: lo que cambia, lo que queda
Aquí comparto pensamientos sobre la ciudad que me vio nacer, mi familia, y el complejo acto de mirar hacia atrás con nuevos ojos. ¿Qué ocurre cuando los recuerdos ya no encajan con la realidad?
Recientemente visité a mi familia en la Ciudad de México. Uno de mis hermanos también viajó desde la ciudad donde reside. Afortunadamente, el motivo de la reunión fue alegre: la graduación universitaria de uno de los sobrinos.
La experiencia, aunque breve —de apenas tres días—, fue muy enriquecedora. También me dio motivo para reflexionar.
Cuando uno regresa a su lugar de origen después de muchos años, cada experiencia que podría parecer cotidiana se vuelve un acontecimiento: un paseo, comprar comida en el súper, ver los puestos callejeros. Lo que uno recordaba ya no está, ha sido reemplazado por una nueva realidad que, aunque familiar, es distinta. Eso también implica una pérdida: reconocer que lo que añoramos no volverá. Eso ya vive solo en la memoria.
Mi forma de lidiar con esto ha sido ver a mi antiguo país como algo nuevo. He aprendido a soltar la idea que conservo en los recuerdos. Acepto que lo que evoco puede ya no existir. Y si encuentro algo que sigue igual —el sabor de un taco de quesillo con aguacate y un tepache, por ejemplo—, es un placer disfrutarlo.
A estas alturas de la vida he aprendido muchas cosas. He cambiado de ciudad y de entorno varias veces. Como dijo Heráclito, lo único constante es el cambio. Hoy sé y acepto que todo es temporal. Visitar la Ciudad de México y ver a mi familia se siente como llegar a una ciudad nueva y conocer de nuevo a personas que ya conocía. Porque esa es otra realidad que hay que aceptar: incluso nuestros familiares cambian. Ni ellos ni yo somos los mismos que nos vimos hace años. Como visitantes, tenemos que estar dispuestos a redescubrir a nuestros seres queridos.
Claro que, en esencia, cada persona conserva algo de sí toda la vida, pero las experiencias nos moldean, nos enseñan a ver el mundo de otra manera, a reaccionar distinto ante los retos y ante las alegrías. En teoría, crecemos y nos volvemos mejores seres humanos.
Durante la visita, además de paseos por museos, restaurantes y calles llenas de vida, pudimos reunirnos en pequeños grupos, lo cual fue incluso más valioso que la gran reunión familiar —que también hubo, por supuesto. Ver a mis hermanos, a mis sobrinos y a las parejas de algunos de ellos fue revelador.
En las clases de acompañamiento espiritual se habla mucho sobre la familia de origen y cómo los sistemas familiares nos forman, para bien o para mal. Volver a ver a nuestra familia, que como tantas otras se ha dispersado con el tiempo y la geografía, fue fascinante.
Todos los adultos compartimos un sistema que nos presentó ciertos retos, pero también nos dejó herramientas sólidas para la resiliencia. Algunos hemos necesitado terapia para suavizar las asperezas que ese origen un tanto rudo nos dejó. Casi ninguna familia es perfecta, y haber ido a terapia no es un estigma. Al contrario: los frutos de una personalidad más trabajada benefician tanto a uno mismo como a quienes lo rodean. Sanarnos es también un acto de amor hacia los demás.
Ver cómo mis hermanos han madurado, cómo las nuevas generaciones avanzan con metas y logros propios, me llena de esperanza. No todo es perfecto, claro. Después del primer abrazo, con el paso de las horas, pueden surgir viejas heridas o diferencias de personalidad o ideología. Algunos recuerdos o conflictos no resueltos salen a flote. Pero eso también es parte de la vida.
Uno nace en una familia, y ahí se forman nuestras primeras bases. Pero el ser humano que queremos ser es un proyecto personal y constante. Nunca dejamos de formarnos ni de transformarnos. Solo hay que tener claro hacia dónde queremos ir.
Ver a la familia de origen nos recuerda tanto los primeros amores como los primeros dolores. Por suerte, hemos avanzado. Pudimos reconocernos, actualizarnos, y ver con claridad en qué punto de la vida está cada uno. Es maravilloso constatar que las nuevas generaciones son creativas, trabajadoras, innovadoras y con valores sólidos. Algunos siguen estudiando, otros están por casarse o avanzan en sus carreras.
El amor que nos une sigue siendo un lazo fuerte. Me emociona pensar en el futuro y en dónde estaremos la próxima vez que nos reunamos. Gracias a la vida por estos seres con quienes comparto una parte del camino.
Espero que tú también tengas el tiempo y la ocasión de reflexionar sobre tus orígenes y tu familia de origen. Siempre es enriquecedor hacer un alto en el camino y reflexionar sobre lo que hemos recorrido y qué enseñanzas hemos recogido en el trayecto. Esos son buenos momentos también para decidir qué seguimos llevando con nosotros y qué dejamos atrás luego de la enseñanza que nos haya aportado.
Que la paz esté contigo, y también en ti.
—Hasta la próxima ✨